A principios del siglo pasado, Ameca estaba comunicada por dos caminos reales, uno que partía hacia el sur para llegar a Autlán de la Grana, pasando por La Coronilla, El Tezcalame, Quila, Tenamaxtlán, Ayutla, Unión de Tula, San Clemente, El Grullo y El Limón, y el otro que salía hacia el poniente con rumbo a Atenguillo, Mascota y Talpa.
En el primer trayecto era común encontrarse con grandes atajos de mulas cargadas con maíz, frijol, trigo, garbanzo porquero, manteca, colofonia*, metales y otros artículos que de todos esos pueblos, haciendas y rancherías se transportaban hacia Ameca, donde estaba la terminal del Ferrocarril Central.
En su libro “Ameca y sus costumbres”, José Díaz Navarro explica que eran atajos de 20, 25 y hasta de 50 mulas, cargadas todas ellas con los mencionados productos. Difícil era hasta contar los atajos, pues venían uno tras otro y sólo se oía por aquellas llanuras y serranías la campana de la mula campanera que casi siempre iba delante de su chinchorro como guiando a su tropel. Al ruido del cencerro las mulas caminaban una tras otra, sin separarse, formando una cadena en un camino que, sobre todo en zonas montañosas, se convertía muchas veces en angosta vereda.
Cada atajo iba dirigido por cuatro o cinco arrieros y en ocasiones más si el chinchorro era más numeroso.
Conductas de plata procedentes de Mascota
Portada del libro “Ameca y sus costumbres”, de José C. Díaz Navarro.
Esto mismo sucedía en el camino real de Ameca-Atenguillo-Mascota y Talpa, de donde también los mismos grandes atajos de mulas transportaban mercancías y metales que de aquella región tenían que llevarse igualmente a Ameca, para de allí embarcarlos por ferrocarril a Guadalajara. Los metales procedían de las minas de El Cuale y El Bramador, ubicadas en la región de Mascota y Talpa.
Destacaban entre estos atajos las conductas de plata lista para acuñarse procedente de Mascota. En más de una ocasión esas conductas fueron asaltadas por malvivientes que había en los caminos. Cabe señalar que muchos de esos salteadores fueron extinguidos por el régimen porfirista.
Partidas de ganado vacuno y de cerdos
Mapa de Jalisco, donde se aprecian claramente los dos caminos reales que a principios del siglo pasado comunicaban a Ameca con Autlán y Mascota.
Igualmente, de la región de Tomatlán se llevaban a Ameca grandes partidas de ganado vacuno. A esas reses se les llamaba “ganado abajeño” y se distinguían por su pelaje brillante y fino. Gran parte del ganado abajeño procedía de las haciendas de Gargantillo, Tepuxhuacán, Tetitlán y de otras ganaderías ubicadas por aquella zona.
Cada dos o tres días llegaban a Ameca esas partidas de ganado abajeño, que se componían de entre 80 y 100 reses cada una. La gente admiraba el brillantísimo pelaje de estos animales, lo cual obedecía, según versiones, a la pastura costeña y al capomo de que se alimentaban en aquella fertilísima región.
Además, los arrieros conducían a Ameca grandes partidas de cerdos gordos provenientes de Unión de Tula, Autlán, Mascota, Talpa y Atenguillo. Estas partidas caminaban por lo general de noche, para que con “la fresca” pudieran aguantar las grandes jornadas que duraban más o menos un mes, tanto por el camino de Talpa como en el de Autlán.
Los mesones de Ameca
De la página “Ameca Jalisco y su Valle” en Facebook.
Para dar alojamiento a los arrieros y a los atajos de mulas que éstos llevaban, había en Ameca entre 15 y 20 mesones diseminados por la ciudad, principalmente en las calles 5 de Mayo, Izquierdo, Iturbide y Corona.
Entre esos mesones figuraban los de El Refugio, San Antonio, El Gallito, El Águila, La Paz, La Campana, Las Golondrinas, El Paraíso, 5 de Mayo, Guadalupe, Iturbide, El Paraje y Guerrero.
Los arrieros siempre llegaban a Ameca con sus famosas “víboras”, o sea, cinturones repletos de monedas de oro y plata para hacer sus compras de mercancías y regresar a sus lugares de origen con sus atajos de mulas y burros bien cargados, con lo cual hacían doble y bien remunerada faena.
*Colofonia: Resina sólida traslúcida y de color ámbar, empleada en farmacia, en encolado de papel y en tintas de imprenta.
Obra consultada: Ameca y sus costumbres en 1910. José C. Díaz Navarro. México 1960.
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