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La Monja Alférez, arriera de profesión

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Monumento a la Monja Alférez en Orizaba, Ver.

Uno de los personajes del Virreinato que más fama gozó en su tiempo y después de su muerte, fue doña Catalina de Erauso, nacida en San Sebastián de Guipúzcoa, España, en 1592. Fue hija del capitán Miguel de Erauso y de María Pérez de Galaviaga.

Muy joven, Catalina entró como religiosa en un convento, pero no le gustó la vida mansa y monótona de la celda y huyó del monasterio vestida de hombre, para seguir una vida turbulenta y llena de aventuras.

Reconocida y premiada por el Papa y por el rey

Por haber sido religiosa y después militado en los ejércitos reales en el Nuevo Mundo, doña Catalina llegó a ser más conocida con el apodo de la Monja Alférez, a quien el Papa Urbano VIII, maravillado de sus hazañas, le concedió pudiese andar en traje de hombre, como hasta entonces lo había hecho.

Por cierto que habiéndole replicado a Su Santidad un cardenal “que no era justo hacer ejemplar para que las mujeres que habían sido religiosas anduviesen en traje indecente”, le respondió el Sumo Pontífice: “Dame otra Monja Alférez y haré lo mismo”.

Por su parte, el rey Felipe IV, en premio a sus servicios militares en América, le otorgó una pensión de 500 pesos anuales con cargo a las cajas reales del Perú, Manila o México.

Cobró fama como arriera entre México y Veracruz

En 1630 la Monja Alférez se presentó en la capital mexicana, con su cédula correspondiente de pago, ante el marqués de Cerralvo, quien era entonces el virrey, y durante algunos años pasó una vida tranquila cobrando su pensión, hasta que resolvió dedicarse a la arriería, haciendo viajes entre México y Veracruz.

El padre capuchino fray Nicolás de Rentería dice que la conoció siendo él seglar en Veracruz el año de 1645. Entonces ella se hacía llamar “don Antonio de Erauso”, y tenía “una recua de mulas en que conducía con unos negros ropa a diferentes partes…; que era sujeto allí tenido por de mucho corazón y destreza; y que andaba en hábito de hombre, que traía espada y daga con guarniciones de plata…; que era de buen cuerpo, no pocas carnes, color trigueño, con algunos pocos pelillos por bigote”.

Una bonita anécdota de la Monja Alférez

Entre las anécdotas que de ella se cuentan destaca la referida a cierto mercader de la capital que por medio de una carta la recomendaba como arriera experimentada en transporte de personas ante el alcalde mayor de Xalapa, quien deseaba enviar una hija suya a México para que profesara en un convento.

El alcalde, como leyera en la carta que don Antonio era “hembra” y no “hombre”, para cerciorarse más de ello y confiarle la conducción de su hija con menos peligro, ordenó a las otras hijas que tenía dispusiesen un baño y convidasen a la monja peregrina; hiciéronlo así, y habiendo aceptado, el propio alcalde se ocultó en un lugar donde no podía ser visto pero donde él podía ver a las bañistas, y de este modo supo que era verdad lo que le habían escrito, es decir, que el famoso “don Antonio” era efectivamente una hembra, por lo que al día siguiente le entregó la dama que había de ser religiosa.

Nunca abandonó sus obligaciones religiosas

Continuó la monja peregrina en su ejercicio de arriera, hasta que yendo a Veracruz con una carga fletada, adoleció en Cuixtlaxtla “del mal de la muerte”, expirando en 1650. Se dio aviso a los vecinos de Orizaba. Concurrió al funeral lo más lucido del pueblo, pues fue muy amada de presbíteros y religiosas, porque, aparte de sus varoniles arrojos, rezaba todos los días lo que era obligación a monjas profesas; ayunaba toda la cuaresma, los advientos y vigilias; tres disciplinas hacia lunes, miércoles y viernes, y oía diariamente misa.

Obra consultada: Luis González Obregón. Leyendas de las Calles de México. Aguilar. México 1977.

Artículo recomendado: Casos insólitos de mujeres arrieras en México.

De arrieros a generales

Arrieros en la Revolución. El Sol de Ojinaga.

Los arrieros mexicanos, rancheros por excelencia, constituían una clase social intermedia entre los peones y los hacendados. Esto les permitió la permeabilidad necesaria para participar con eficacia en los más grandes movimientos sociales de México, como fueron la Guerra de Independencia (1810-1821), la Guerra de Reforma (1858-1860) y la Revolución (1910-1915).

En el movimiento de Independencia destacaron José María Morelos, Vicente Guerrero, José Antonio Torres (“El Amo”), Albino García y Valerio Trujano, que habían sido arrieros en su juventud, como también lo fueron Mariano Escobedo en la época de la Reforma, y Pascual Orozco, Francisco Villa y Emiliano Zapata en la Revolución.

Morelos, generalísimo de los Ejércitos del Sur

José_María_Morelos,_óleo_de_Petronilo_Monroy

José María Morelos (1765-1815), artífice de la segunda etapa de la Guerra de Independencia, quedó huérfano de padre cuando era niño; la pobreza lo obligó a servir como arriero hasta la edad de 24 años; luego se inscribió en el Colegio de San Nicolás, en su natal Valladolid (que en su honor lleva hoy el nombre de Morelia), hasta ordenarse sacerdote.

En su oficio de arriero, Morelos viajaba con sus recuas entre Valladolid, Uruapan, Tahuejo y Acapulco. Esto le facilitó el conocimiento del terreno que más tarde sería escenario de cruentas batallas encabezadas por él mismo, ya como generalísimo de los Ejércitos del Sur, contra el dominio español.

Cuentan sus biógrafos que antes de morir le preguntaron a Morelos: “¿Por qué habiendo usted nacido para militar, se hizo cura?”. Y contestó: “Porque no había otro camino para dejar de ser arriero”.

Mariano Escobedo, defensor de la soberanía nacional

mariano_escobedo. Diariocultura.mx

Mariano Escobedo (1826-1902), destacado político y militar de ideología liberal, luchó contra las intervenciones armadas de Estados Unidos (1847) y de Francia (1862); fue gobernador de San Luis Potosí y de Nuevo León, senador y ministro de Guerra durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

En su juventud, igual que Morelos, Escobedo había trabajado en la arriería, especializándose en el traslado de ganado entre su natal San Pablo de los Labradores, en Nuevo León, y Matehuala y Saltillo, en el Norte del país.

En 1846 se unió a los contingentes que enfrentarían a los invasores estadounidenses en Monterrey, iniciando así una brillante carrera militar que lo llevó a participar en la Revolución de Ayutla (1854), en la Guerra de Reforma y contra los franceses (1862). Por su actuación en la Batalla de Puebla, ascendió a general brigadier.

En 1867, el emperador Maximiliano de Habsburgo se rindió personalmente ante Escobedo, cuando este era ya jefe de Operaciones del Ejército Republicano durante el Gobierno de Benito Juárez.

Pascual Orozco, aguerrido revolucionario norteño

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Entre los jefes más decididos de la primera etapa de la Revolución destaca Pascual Orozco (1882-1915), uno de los primeros en acudir al llamado de Francisco I. Madero para iniciar la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz en 1910.

Orozco, arriero nacido cerca de San Isidro, municipio de Guerrero, en Chihuahua, había hecho cierta fortuna transportando metales preciosos, principalmente plata, para distintas compañías que operaban en las montañas chihuahuenses; por ello pudo organizar un pequeño ejército para apoderarse de Guerrero.

Participó en varias batallas, entre ellas la de Malpaso, donde derrotó a los federales. Por cierto que, al término de esta batalla, ordenó desnudar los cadáveres de los soldados abatidos, para luego enviar sus uniformes al general Porfirio Díaz con la siguiente nota: “Ahí te van las hojas, mándame más tamales”.

Pronto alcanzó el grado de general, encabezando un ejército de 5.000 hombres, pero ya triunfante la Revolución, en 1912, se sublevó contra el Presidente Madero, quien mandó al general Victoriano Huerta a combatirlo; éste lo derrotó, aunque más tarde ambos se aliaron; vencido después por Francisco Villa, pasó a Texas, donde fue asesinado.

Invaluables servicios de arrieros a las causas sociales

Morelos, Escobedo y Orozco son tres figuras representativas de la clase media rural mexicana, que partiendo del oficio arriero aprovecharon sus conocimientos de la geografía regional, así como sus contactos personales en pueblos y ciudades, para prestar invaluables servicios a las principales causas sociales del país.

Casos insólitos de mujeres arrieras en México

 Eulogia

Doña Eulogia Villagrana, una de las últimas arrieras de México.

   Hay actividades en las que aún hoy no es común que participe la mujer; una de ellas es la milicia, donde tradicionalmente ha sido limitada su participación, sobre todo en combate; otra es la función sacerdotal, que al menos en la religión católica está vedada a la mujer, y una más, las jefaturas de Estado, alcanzadas hasta ahora por muy pocas mujeres.

La arriería, un trabajo pesado y peligroso

   La arriería, por sus características de trabajo pesado y peligroso, nació y se desarrolló como un oficio exclusivo de varones. Cargar y descargar bestias y lidiar con ellas no es ciertamente un empleo propio de mujeres; al menos eso fue lo que se pensó durante siglos, pero hubo excepciones como las hay en todas las reglas. Una de ellas fue la Monja Alférez, famosa en México hacia la primera mitad del siglo XVII, y otro ejemplo, mucho más reciente, doña Eulogia Villagrana, de Villa Guerrero, Jalisco, una de las últimas arrieras del país.

La Monja Alférez, pionera de la arriería en México

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Catalina de Erauso, la Monja Alférez.

   Digna sucesora de los intrépidos arrieros de la Nueva España, Catalina de Erauso, mejor conocida como la Monja Alférez, nació en San Sebastián de Guipúzcoa, España, en 1592, y murió en Cuetlaxtla, México, en 1650.

   Desde la edad de cuatro años la tomó a su cargo la madre sor Úrsula de Unzúa y Sarasti, priora del convento de dominicos y hermana de su madre. A los 15 años tuvo un fuerte altercado con una religiosa y huyó del convento, refugiándose en un bosque en donde permaneció tres días y adoptó el traje de hombre.

   Luego de varias correrías por España, donde desempeñó diversos oficios, marchó hacia América en un barco mandado por Esteban Eugenio, tío suyo, hermano de su madre. Sentó plaza de soldado en Chile, donde alcanzó el grado de alférez.

   Su natural inquieto la envolvió en varias pendencias, en las que causó heridas a sus adversarios. Involucrada en un duelo, dio muerte, sin saberlo, a su propio hermano, el capitán Miguel de Erauso. La encarcelaron, pero se las arregló para lograr su libertad.

Arriera de mulas y dueña de una posada en el camino México-Veracruz

   La Monja Alférez aparece luego en el camino de México a Veracruz, dueña de una posada y traficando en calidad de arriera de mulas. En esta ocasión, Catalina, con el nombre de Alonso Ramírez o don Antonio, se dedicó exclusivamente a su oficio.

   En reconocimiento a sus méritos, Felipe IV la recompensó con una pensión, en tanto que el Papa Urbano VIII no sólo la perdonó sino que la autorizó para seguir usando el traje masculino.

   “Por lo demás, ella es para los mexicanos en el oficio noble de la arriería, el más ilustre de sus decanos“, dice Salvador Ortiz Vidales en su obra “La Arriería en México” (1929).

Doña Eulogia Villagrana, entre las últimas arrieras mexicanas

Cerro de la Leona. Foto, Alan Puga. P. Municipio de Villa Guerrero en F.

Los caminos de doña Eulogia. El Cerro de la Leona.

   Doña Eulogia Villagrana Vicencio nació en Nóstic, municipio de Mezquitic, Jalisco, el 13 de septiembre de 1903. Murió en Villa Guerrero, Jalisco, el 20 de abril de 1995, luego de haber dedicado a la arriería la mayor parte de su vida.

   Cuando era joven, doña Eulogia ayudaba a su padre y hermanos, todos ellos arrieros, a cargar y descargar burros; luego se casó, pero a la vuelta de unos años enviudó, y como no conocía más medio de subsistencia que la arriería, abrazó de lleno este oficio para mantener a sus hijos.

  Empezó cargando naranjas, plátanos y cañas y luego transportaba mercancía de los comerciantes de Villa Guerrero hasta Los Amoles, en el cordón de la Sierra Huichola, a día y medio de camino. A su regreso de la sierra, traía madera.

   Acompañada de dos de sus hijas y arriando ocho burros, dice doña  Eulogia, “salía de Villa Guerrero oscura la mañana y me quedaba a dormir en Toros Gachos, arriba de Patoltita, y al día siguiente subía a la cumbre de la sierra para llegar allá como al mediodía”.

   Pistola en mano supo hacerse respetar hasta por los bandidos

   La figura de doña Eulogia, resuelta y brava, supo hacerse respetar y dejar corridos a quienes trataron de asaltarla en los abruptos y solitarios caminos de la Sierra Huichola.

   En más de una ocasión le salieron los bandidos, pero armada con una pistola 38 Súper los hizo huir.

   Al preguntarle qué opinaba de los arrieros hombres, dijo: “Yo a los únicos que necesité una vez les pagué su flete, pero ya no me quedaron ganas de ocuparlos, me cobraron muy caro”.

   La mujer, apoyo fundamental del hombre en la arriería

   Si bien es cierto, son raros los casos de mujeres que participaron directamente en el trabajo arriero, su papel fue fundamental en el apoyo a los arrieros varones, desde la preparación de sus alimentos para el viaje -especiales para el caso-, hasta la atención de los negocios domésticos durante sus prolongadas ausencias. Simplemente, sin ellas no hubiera existido la arriería.

    Artículo relacionado: Auge y ocaso de la arriería en México.

Sebastián de Aparicio, primer carretero de América

Sebastián de Aparicio en un grabado del siglo XVIII.

   Fray Sebastián de Aparicio, pionero de la arriería en México, primer carretero y primer constructor de carretas y de caminos carreteros en América, nació en humilde cuna de Gudiña, Galicia, España, el 20 de enero de 1502. Al cumplir 20 años dejó el oficio de labrador, que era el de sus padres, y salió a buscar fortuna. Fue a Salamanca, en donde se empleó como arriero. Después pasó a San Lúcar de Barrameda, en Andalucía, y a Guadalcanal, donde trabajó como mayordomo y administrador.

   Atraído por las noticias de riqueza y bienestar provenientes de Nueva España, el joven Aparicio decidió trasladarse a América, lo cual hizo en un barco lleno de aventureros que se burlaban de él por su buena índole y disposición para el trabajo, pero que al final del viaje, al llegar a Veracruz, llegaron a admirarlo.


En 1536 construyó la primera carreta de América


   Al cumplir 30 años de edad fue a radicarse a Puebla de los Ángeles, donde se dedicó a la agricultura. Ahí se dio cuenta  de lo mucho que sufrían los indios tamemes al llevar a cuestas las pesadas cargas -único medio de transportación terrestre existente entonces en la Nueva España-, razón por la cual en 1536 resolvió abandonar los trabajos del campo para volver a la arriería, es decir, el mismo cambio de oficio que operó cuando tenía 20 años.

   Sin embargo, como en aquel tiempo escaseaban en el país los caballos y las mulas de carga, apoyado por Miguel Casado, antiguo soldado y carpintero de oficio, construyó la primera carreta de América, que luego unció a un par de bueyes e inició el transporte de mercancías por el camino de México a Veracruz, mismo que transitó durante seis años. Luego abrió la ruta a Zacatecas para transportar minerales. En ambos casos amplió con sus propias manos los senderos conocidos hasta convertirlos en caminos carreteros.

   En 1542, Aparicio estableció formalmente su negocio de carretas y las produjo en gran cantidad tanto para su uso particular como para otros arrieros.

   Con los ahorros de su oficio de carretero volvió a las faenas del campo y compró un rancho entre Azcapotzalco y Tlalnepantla, que convirtió en refugio de desamparados y asilo de pobres.


Vistió el hábito de franciscano el 9 de junio de 1573


   Sebastián de Aparicio se casó en dos ocasiones, aunque se dice que vivió en perfecta castidad. Al morir su segunda esposa, buscó la paz del claustro, vistiendo el  hábito franciscano el 9 de junio de 1573, pero no olvidó su oficio de carretero, y ya como hermano guiaba la carreta del convento por los caminos de Tlaxcala, recogiendo leña y limosnas para el monasterio de San Francisco de Puebla, hasta que llegó a la vejez.

   Murió el 25 de febrero de 1600, a los 98 años de edad. Su cuerpo se conserva en el convento de San Francisco de Puebla.

   Se afirma que obró milagros en vida y después de muerto, por lo cual el Papa Pío VI expidió el decreto de beatificación en 1789, cuando los caminos carreteros iniciados por él se habían multiplicado en la Nueva España. Se le considera como el santo carretero de América, patrono de los caminantes y conductores de vehículos.

Obras consultadas:

Enciclopedia de México. Director, José Rogelio Álvarez.1978.

Dádivas de México al mundo. Heriberto García Rivas. Ediciones Especiales de Excélsior, Cía. Editorial, S.C.L. México. 1965.

Imagen:  Grabado del siglo XVIII. Enciclopedia de México. 1978.

Artículo relacionado:

http://arrierosdemexico.blogspot.mx/2013/07/los-primeros-caminos-de-nueva-espana.html

La maravillosa Cruz de Zacate


La Cruz de Zacate. Tepic, Nay.

   Fue un joven arriero quien, según Domingo Lázaro de Arregui, descubrió en el año 1619, en Tepic, hoy capital del Estado de Nayarit, la maravillosa Cruz de Zacate, que a la fecha, a cuatro siglos de distancia, luce tan verde, fresca y lozana como en el día de su aparición. ¿Es éste un prodigio natural o divino? Cada quien puede sacar sus conclusiones. Los hechos son los siguientes:

   Existe una tradición de que la cruz apareció en 1540, pero el primer historiador que documenta el hecho es Arregui, quien en su Descripción de la Nueva Galicia dice que fue en 1619 cuando cerca de Tepic, habitado entonces por 40 indios y 15 españoles dedicados al acarreo de sal con recuas de mulas, iba un mozo arreando unas bestias, montado en una yegua, cuando de pronto ésta se detuvo y, por más que la espoleaba, ya no quiso caminar.
   Fue entonces cuando vio en el suelo una cruz de zacate bien proporcionada, que se formaba con tierra esponjada respecto al área colindante, y recortada por vereditas de casi tres varas de largo y de más de una vara de ancho (la vara mexicana vale 0.838 metros).

   Había también diferencia entre la hierba que formaba la cruz y la del resto del campo, ya que mientras la primera era menuda, corta y espaciada, la restante era alta y espesa.

   Volvió el arriero a Tepic, y al dar razón de ello, fue mucha gente a ver la cruz, y las mujeres comenzaron a coger de esta yerba para curar enfermedades. Luego se hizo una ramadilla para decir misa y así quedó hasta hoy continuando la gente pía en aprovecharse de la piedra y yerba, y Nuestro Señor en darles con ella buenos sucesos con que corre nombre que hace milagros, dice Arregui en su informe de 1622.


Se erigió un santuario y luego un convento franciscano


   Pronto fue construido al lado de la cruz un santuario, considerado en 1694 por el jesuita Francisco Florencia como uno de los más célebres de la Nueva Galicia. Y en 1784 se edificó a un costado de la iglesia el convento franciscano donde vivió el famoso misionero fray Junípero Serra, fundador de las Californias.

   Varios autores se han ocupado de este raro fenómeno, entre ellos Rafael Landívar, quien en su obra Rusticatio Mexicana (1781) dice que la cruz verdeguea cubierta de florido césped, sin morir nunca, no se reseca por el frío invernal, y ni siquiera se amarilla con las rígidas escarchas. Antes bien –agrega-, mientras languidecen los campos del pueblo bajo el hielo, ella sola mantiene sin desmayar el verdor de su mullida hierba.

   No es menos de admirar –añade Landívar– el desusado prodigio por el cual la cruz, como traspasada por agudos clavos, en el lugar propio de éstos produce siempre tres espigas que sobresalen del resto del césped, verdes al mismo tiempo que éste. Y más aún, la cruz maravillosa, taladrada en el costado, en el lugar de la llaga (donde la lanza cruel descubrió el corazón), muestra una abertura que mana rojo caudal.

   Por otra parte, se dice que durante la Guerra de Reforma, que enfrentó en el siglo XIX a  conservadores y liberales, el coronel Antonio Rojas destruyó la Cruz de Zacate, pero que ésta milagrosamente brotó de nuevo.


Aún los no creyentes admiran lo inexplicable del milagro


   Hoy se ubica en el mismo sitio la Parroquia de la Santa Cruz de Zacate, entre Calzada de la Cruz y Ejército Nacional, Zona Centro, de la ciudad de Tepic. El templo alberga, protegida por altos muros y una reja de hierro, la legendaria cruz, a la que se siguen atribuyendo muchos milagros, según los exvotos de mármol ahí colocados.
    La Diócesis de Tepic asegura que la Cruz de Zacate no recibe cultivo alguno, ni en tiempos de lluvias, ni en las secas, ni en temporada invernal. Por todo ello los fieles católicos la consideramos como una bendición de Dios, y hay que resaltar que aún los no creyentes admiran lo inexplicable del milagro.
Iglesia y convento de la Cruz de Zacate. Tepic, Nay.

   Obras consultadas: Descripción de la Nueva Galicia, de Domingo Lázaro de Arregui (1622) y Rusticatio Mexicana, de Rafael Saldívar (1781).
   Fotografías tomadas por el autor el 9 de junio de 2013.

El encuentro de Maximiliano y Mariano Escobedo

 
General Mariano Escobedo.
 
   Figuraos al antiguo arriero, al mozo de mulas, al guerrillero, discutiendo con un archiduque, con un hombre que ha vencido en la disputa hombres como Lord Palmerston y Cavour… Vamos, vamos, que ardo en deseos de darle un buen varapelo a Escobedo y probarle que frente a frente no somos iguales ni me vence.
   Tal expresión pone el escritor Victoriano Salado Álvarez en su drama Querétaro, en boca del emperador Maximiliano, poco antes de que éste se rindiera personalmente ante el general Mariano Escobedo, jefe de Operaciones del Ejército Republicano, en 1867.
   Hasta los 25 años de edad, Escobedo se dedicó a la agricultura, al comercio y a la arriería, especializándose en el arreo de ganado entre su natal San Pablo de los Labradores, en Nuevo León, y Matehuala y Saltillo, en el Norte de México. Este conocimiento de las bestias y de los hombres, así como de los intrincados caminos del país, lo llevó más tarde al exitoso desempeño de altas responsabilidades militares, como lo fue la toma de Querétaro, que definió el triunfo de los liberales ante el ejército conservador.
   En el drama mencionado, Salado Álvarez describe el encuentro entre Escobedo y Maximiliano, quien ya prisionero, al principio dio poca importancia al personaje con quien hablaba, diciéndole que prefería tratar con Benito Juárez, pero luego comprendió su situación, y más tarde se quejó ante los suyos:
   Habéis de estar entendidos de que, en vez de que Escobedo me esperara, como era razón, compungido y lleno de temor, me aguardaba, por el contrario, repleto de orgullo y con un tonillo autoritario que daba grima.
   Escobedo entendía que Maximiliano, un hombre de buena fe, pero engañado por quienes él creía sus amigos de Europa y de México, habría de ser fusilado, como de hecho lo fue el 19 de junio de 1867.
   Fuente: Victoriano Salado Álvarez. Querétaro (1902-1906).
   Para mayor información sobre el tema, recomiendo al apreciable lector el siguiente artículo: http://suite101.net/article/arrieros-notables-de-mexico-a59688#axzz2QDsRoYLu

 

Pascual Orozco, de arriero a revolucionario

General Pascual Orozco Vázquez.*

El general Pascual Orozco (1882-1915), uno de los principales revolucionarios que arrojaron del poder al dictador Porfirio Díaz en 1911,  fue arriero en su juventud. En recuas de mulas llevaba mercancías desde Pinos Altos hasta el mineral de Batopilas, en el Sur de Chihuahua, y de regreso traía barras de plata, de suerte que al abrazar la causa revolucionaria, aprovechó su perfecto conocimiento del territorio para combatir exitosamente a las tropas federales en la primera etapa de la rebelión.

En su novela histórica Se llevaron el cañón para Bachimba (1942), que trata de la derrota del propio general Orozco en 1912, cuando se rebeló también contra el Presidente Francisco Madero, por considerar que éste no cumplía con el Plan de San Luis, el escritor Rafael F. Muñoz pone en boca del general Marcos Ruiz una interesante referencia a las montañas de Chihuahua, donde recrea el ambiente que vivió en su juventud el afamado revolucionario. Dice así:

Ahí nací yo, cuando mi padre tenía unas recuas de mulas para transportar la plata desde la mina hasta el ferrocarril. Conozco cada montaña y cada vereda; conozco cada mina. Si algún día los federales llegan a venir por aquí, me sumerjo en la profundidad de la tierra y nadie se atreverá a ir a buscarme; puedo vivir semanas enteras en las grandes cavidades donde la plata fue abundante y pasarme de un nivel a otro por los tiros más peligrosos o más angostos. Y si salgo al campo, puedo alejarme de todo poblado y subsistir indefinidamente, para regresar cuando sea tiempo…

Más adelante agrega:

Cuando tenía diez años comencé a acompañar a mi padre en sus viajes con las mulas cargadas de barras de plata. No había este ferrocarril en aquel tiempo e íbamos hasta Chihuahua en 20 días de marcha. El contraste del mineral a la ciudad provocó mi curiosidad; leí muchos libros, especialmente la historia de México. Y durante los viajes, por las noches platicaba a los muleros de la conducta, a los rifleros que nos escoltaban. En el mineral hablaba a los muchachos, y aún a los hombres, hasta que comenzó a hacerse costumbre. Compraba libros y más libros y hacía viajes y más viajes. Mi padre murió y yo seguí la misma vida, trayendo barras de plata y enseñando a los muchachos. Hasta que vino la revolución y me uní a ella con todos mis muleros y mis rifleros, por lo que me hicieron coronel y luego general.

Finalmente, Orozco, como bien lo había previsto, no fue detenido en sus montañas de Chihuahua, que conocïa como la palma de su mano, sino en El Paso, Texas, donde los rangersnorteamericanos lo asesinaron en 1915.

*Imagen tomada de la página Gral. Pascual Orozco Vázquez en Facebook.

Fuente: Rafael F. Muñoz. Se llevaron el cañón para Bachimba (1942).

El gigante de Amatlán

                          Tomasón, acompañado por dos niños en el Museo de Guadalajara.

   Tomás Gómez Hernández, mejor conocido como Tomasón (1863-1924), originario de Amatlán de Cañas, Nay., se distinguió por dos cosas: su extraordinaria estatura (2.30 m.) y el gusto por la arriería, a la que dedicó su vida entera, salvo unos meses en que trabajó como portero en el Museo Regional de Guadalajara.
   En su reciente obra Vidas Amatlenses (2012), el profesor Óscar Luna Prado dedica un capítulo a este personaje, nacido el 27 de diciembre de 1863 en el rancho Agua Fría, municipio de Amatlán. Murió el 6 de enero de 1924, a la edad de 61 años.
   Tomasón disfrutaba recorrer los caminos atascosos, polvorientos y pedregosos con su atajo de burros, unos 14, en los que transportaba de un lugar a otro productos del campo, víveres y correspondencia. Viajaba a diferentes lugares, principalmente a Guadalajara, donde cultivó buenas amistades.
   Cuando iba a su pueblo llevaba burros cargados de leña, pero en ocasiones, sobre todo en tiempo de aguas, los asnos se resistían a cruzar ciertos obstáculos, como arroyos o cercas de alambre. Entonces, Tomasón, que además de alto, era muy fuerte, abrazaba a cada burro con todo y carga y en peso los pasaba al otro lado.
   Vestía de manta y guaraches, portando siempre el tradicional cinturón de cuero llamado víbora que servía para guardar las monedas de plata con las que hacía sus  transacciones.
   Su gusto era recorrer mundo, de suerte que en uno de sus viajes a los Estados Unidos regresó casado con una jovencita norteña, llamada Josefa Flores, con quien procreó dos hijas de nombre María de Encarnación y María de Jesús.
Fue portero del Museo Regional de Guadalajara
  En 1923 el director del Museo de Guadalajara, Ixca Farías, lo contrató como portero del edificio, pagándole dos pesos diarios con derecho a vivienda y medicinas, ya que para entonces, según diagnósticos médicos, padecía tuberculosis. Sin embargo, sus amigos le aconsejaron que tuviera cuidado porque la intención era matarlo, momificarlo y exhibirlo en el propio museo, para admiración de los turistas.
   Por su condición de gigante, Tomasón fue un personaje altamente anecdótico. Se dice que cuando asistía a misa y toda la gente se hincaba a la hora de la consagración, él sobresalía, hincado, entre los demás, y no faltaba quien dijera: ¡Ése que está parado que se hinque!
Otras anécdotas interesantes
  Cierta vez, cuando trataba negocios en una tienda de su pueblo, dos hombres empezaron a discutir por un puerco que se metió al corral de uno de ellos. Tomasón les pidió repetidas veces que se callaran porque no lo dejaban oír, pero éstos, en vez de callarse, se mentaron la madre y se trenzaron a golpes. Entonces, Tomasón tomó a cada uno por la cintura y los subió al tejado de la tienda; ahí los dejó hasta que otros paisanos llevaron una escalera para bajarlos.
   En otra ocasión varios hombres se esforzaban para subir una campana a la torre de la iglesia, pero al no poder con ella fueron a pedirle ayuda a Tomasón, quien la levantó y subió solo.
   Quienes conocieron a Tomasón o escribieron sobre él, entre ellos el historiador Ignacio Dávila Garibi, nunca se pusieron de acuerdo sobre la verdadera altura de este arriero gigante. Algunos llegaron a calcularle hasta 2.40 m. Sin embargo, de acuerdo con el maestro Luna Prado, también originario de Amatlán, no debió medir más de 2.30 m., aunque según versiones de quienes asistieron a su velorio, al morir se estiró y creció más. Por cierto que su tumba en el Panteón de Amatlán, que lleva su nombre, es obviamente la más grande.