Monumento a la Monja Alférez en Orizaba, Ver.
Uno de los personajes del Virreinato que más fama gozó en su tiempo y después de su muerte, fue doña Catalina de Erauso, nacida en San Sebastián de Guipúzcoa, España, en 1592. Fue hija del capitán Miguel de Erauso y de María Pérez de Galaviaga.
Muy joven, Catalina entró como religiosa en un convento, pero no le gustó la vida mansa y monótona de la celda y huyó del monasterio vestida de hombre, para seguir una vida turbulenta y llena de aventuras.
Reconocida y premiada por el Papa y por el rey
Por haber sido religiosa y después militado en los ejércitos reales en el Nuevo Mundo, doña Catalina llegó a ser más conocida con el apodo de la Monja Alférez, a quien el Papa Urbano VIII, maravillado de sus hazañas, le concedió pudiese andar en traje de hombre, como hasta entonces lo había hecho.
Por cierto que habiéndole replicado a Su Santidad un cardenal “que no era justo hacer ejemplar para que las mujeres que habían sido religiosas anduviesen en traje indecente”, le respondió el Sumo Pontífice: “Dame otra Monja Alférez y haré lo mismo”.
Por su parte, el rey Felipe IV, en premio a sus servicios militares en América, le otorgó una pensión de 500 pesos anuales con cargo a las cajas reales del Perú, Manila o México.
Cobró fama como arriera entre México y Veracruz
En 1630 la Monja Alférez se presentó en la capital mexicana, con su cédula correspondiente de pago, ante el marqués de Cerralvo, quien era entonces el virrey, y durante algunos años pasó una vida tranquila cobrando su pensión, hasta que resolvió dedicarse a la arriería, haciendo viajes entre México y Veracruz.
El padre capuchino fray Nicolás de Rentería dice que la conoció siendo él seglar en Veracruz el año de 1645. Entonces ella se hacía llamar “don Antonio de Erauso”, y tenía “una recua de mulas en que conducía con unos negros ropa a diferentes partes…; que era sujeto allí tenido por de mucho corazón y destreza; y que andaba en hábito de hombre, que traía espada y daga con guarniciones de plata…; que era de buen cuerpo, no pocas carnes, color trigueño, con algunos pocos pelillos por bigote”.
Una bonita anécdota de la Monja Alférez
Entre las anécdotas que de ella se cuentan destaca la referida a cierto mercader de la capital que por medio de una carta la recomendaba como arriera experimentada en transporte de personas ante el alcalde mayor de Xalapa, quien deseaba enviar una hija suya a México para que profesara en un convento.
El alcalde, como leyera en la carta que don Antonio era “hembra” y no “hombre”, para cerciorarse más de ello y confiarle la conducción de su hija con menos peligro, ordenó a las otras hijas que tenía dispusiesen un baño y convidasen a la monja peregrina; hiciéronlo así, y habiendo aceptado, el propio alcalde se ocultó en un lugar donde no podía ser visto pero donde él podía ver a las bañistas, y de este modo supo que era verdad lo que le habían escrito, es decir, que el famoso “don Antonio” era efectivamente una hembra, por lo que al día siguiente le entregó la dama que había de ser religiosa.
Nunca abandonó sus obligaciones religiosas
Continuó la monja peregrina en su ejercicio de arriera, hasta que yendo a Veracruz con una carga fletada, adoleció en Cuixtlaxtla “del mal de la muerte”, expirando en 1650. Se dio aviso a los vecinos de Orizaba. Concurrió al funeral lo más lucido del pueblo, pues fue muy amada de presbíteros y religiosas, porque, aparte de sus varoniles arrojos, rezaba todos los días lo que era obligación a monjas profesas; ayunaba toda la cuaresma, los advientos y vigilias; tres disciplinas hacia lunes, miércoles y viernes, y oía diariamente misa.
Obra consultada: Luis González Obregón. Leyendas de las Calles de México. Aguilar. México 1977.
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